Mi padre me cóntaba cómo el bisabuelo le contaba que, por las noches, en el frente del Ebro no podían encender los cigarrillos, pues ese breve punto de luz servía para apuntar al enemigo.
Fue a finales de 1998 cuando quise saber más, y quise contar más. Ahí empezó una locura que culminará en octubre, con la publicación de la novela EBRO 1938 (la batalla de la tierra alta) y hasta entonces espero ir explicando algo más de este lento, pero gratificante, proceso.
Habrá mucho de lo que hablar, de uno y otro bando, y animo a todos aquellos que perdieran a un familiar que hagan constar por aquí sus nombres y sus causas. Esta semana ha fallecido Vicenç Ferrer, en la India, y él también estuvo en la batalla del Ebro.
Las palabras de hoy las dedico a Jaskel Honigstein, el último caído de las brigadas internacionales, recordando el poema de José Herrera Petere, que en una de sus estrofas dice así:
Que los abetos se yergan
en las umbrías polacas
de orgullo, como el olivo
del valle del Ebro en llamas.
En los próximos días hablaremos del trabajo de otros/as escritores/as e historiadores/as sobre la batalla del Ebro.
Con respeto, cualquier aportación será bienvenida.
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